Sin el liderazgo el peronismo está en crisis. Por aquello de «more que decir es hacer» cuando se habla más de lo que se decide se evidencian las fatigas de la conducción, ese «arte sencillo y todo de ejecución» en la definición de Perón. Los años del Frente de Todos es la prueba elocuente de la inexistencia de una figura que se sintetice y lidere al conjunto. Los resultados están a la vista: discusiones a cielo abierto, procrastinación, insatisfacción generalizada y un gobierno pobre de resultados al cual la coyuntura le marca los tiempos. La aceptación por parte de CFK de una elección de tercios y la necesidad de garantizar «el piso» expone la precariedad.

Serán las elecciones un instrumento ordenador para superar este daño a la marca que padece un movimiento que hace de la capacidad de administrar el poder un culto? Saberlo dificil. El ejercicio del voto, tanto en las PASO como en las generales, es una oportunidad, no una garantía. Allí están los comicios del 2019 para demostrarlo. Sin un carisma aglutinador, sin la legitimidad que genera el ejercicio, la legitimidad de origen se diluye. Para superar la incertidumbre, es absolutamente necesario un carisma al servicio de una época. Perón, Menem, Néstor y Cristina, super interpretan en su momento las demandas del tiempo histórico. Cuando estos cambian requiere la adecuación porque «la única verdad es la realidad».

Invertir el orden de los factores alterará el producto en este caso. Cuando la dirección piensa que su verdad es la única realidad pierde el control de la situación. Una década de estanflación y un estado endogámico requiere coraje en los hechos más que en las consignas. La versión vigorosa concluye en una letanía, una descripción oxidada de imposibilidades. Suprimido o vendido o la construcción de un sucesor requerirá la encarnación de un futuro deseable y posible. La gestión de la nostalgia no será una opción.

*Gustavo Marangoni es consultor y expresidente del Banco Provincia.

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