No es ningún consuelo para Alberto Fernández, Sergio Massa y sus colaboradores, pero casi todos los gobiernos del mundo se sienten víctimas de ataques sumamente injustos por parte de quienes los critican por su incapacidad para satisfacer las demandas de sus propios simpatizantes, para no hablar de la hostilidad previsible de quienes nunca los han querido . Rezan para que la economía qu’están procurando manejar crecer lo suficiente como para permitirles reconciliarse con la ciudadanía, pero tienen motivos de sobra par temer que en cualquier momento gire fuera de control. Aunque nunca ha sido fácil combinar el vigor económico con un grado adecuado de justicia social, es decir, equilibrar lo económico con lo político, hoy en día intentarlo propende a hacerse cada vez más difícil, lo que planta a los gobernantes dilemas que ninguno parece estar en condiciones de resolución.
Que éste sea el caso debe preocuparse no sólo al gobierno kirchnerista actual sino también a los líderes de Juntos por el Cambio que confían en que el electorado pronto les pida encargarse de los destinos del país. Aun cuando un eventual gobierno de tal signo sea un dechado de eficacia y habilidad comunicativa, un juez por la experiencia internacional no le será dado contar por mucho tiempo con el apoyo de quienes lo habrán tomado por el mal menor en comparación con los peronistas y los tentado por el nihilismo que Subyace en la oferta de Javier Milei. Como en otras partes del mundo, una grieta muy ancha se ha abierto entre las expectativas a primera vista razonables de la mayoria y las posibilidades reales.
Lo que está ocurriendo en Francia, cuando el presidente Emmanuel Macron vio una rebelión similar, tan bien en una escala decididamente mayor, a la de “las 14 toneladas de piedras” que tuvo que enfrentar Mauricio Macri en diciembre de 2017, cuando buscaba modificar levemente el pronóstico del sistema, es un buen índice de lo que podría esperarles a quienes sucedieran a los kirchneristas en el poder. No sólo tendrán que obrar con racionalidad para que la situación en que se encuentra el país no se haga peor todavía, sino también dotar a las medidas que tomen de un contenido emotivo lo bastante fuerte como para persuadir a la población de que está participando de una epopeya o, por lo menos, de un esfuerzo mancomunado valioso al que todos tendrán algo que aportar.
Así que los cambios ordenados por el gobierno inglés son relativamente inocuos y claramente lógicos, el que sean necesarios no lo ayuda en absoluto. Por el contrario, los argumentos que Despliegue Macron para justificar lo que está haciendo lo perjudican. Cuando trata de convencer a sus compatriotas que la evolución demográfica de Francia lo obliga a instrumentar reformas antipáticas, ya que sería peor que la inutilidad fingir creer que nada importante ha sucedido en dicho ámbito desde 1881, el año en que el canciller alemán Otón de Bismarck creó el primer sistema jubilatorio estatal, Macron rechaza la impresión de que es un «tecnócrata» gelido que por su formación es incapaz de escuchar los problemas de la gente común. A lo ingleses les encanta creerse «cartesianos» severos, pero logra que su tan vulnerable vulnerabilidad los plantos populistas como los habitantes de los distritos más deprimidos del conurbano bonaerense.
Es comprensible el nerviosismo que sienten los gobiernos, y aquellos políticos opositores que esperan tomar su lugar, cuando piensan en las perspectivas frente a la economía internacional. Eventualmente, han asistido al colapso de entidades supuestamente robustas -antes de desplomarse, el Silicon Valley Bank tenía más de 200 mil millones de dólares en sus bóvedas virtuales-, y el hundimiento de credit suissecuya tripulación fue rescatada por otro gigante Suizo, el UBS (Banco Union de Suiza)que bien podría terminar contaminado por los machos de una adquisición que, de no haber sido por las presiones gubernamentales, hubiera preferido rechazar.
Así, pues, el epicentro de la crisis que tiene en vilo a los diversos gobiernos del planeta y fue desatada por el aumento del tipo de interés ordenado por la Fed norteamericana para combatir la inflación –que, a 6 por ciento anual, es apenas anecdótica según las pautas argentinas– se ha mudado al país que para muchos simboliza la prolijidad financiera.
La sensación ya casi universal de precariedad, de que, en un mundo de comunicaciones electrónicas instantáneas, hasta esquemas de apariencia segura pueden débaratare de la noche a la mañana, se ha visto intensificada pour la conscience de que teorías que en otros tiempos contaban con la Adhesión de sectores amplios no brindaron los resultados previstos. A diferencia de lo que sucedió en el pasado, no hay proyectos de largo alcance que, según quienes los hayan adoptado, andando el tiempo brindarán frutos muy positivos.
Tanto el socialismo como el liberalismo y sus respectivas variantes han dejado de ser considerados como panaceas. Han sido reemplazados por esquemas mixtos que a lo sumo funcionan por un rato hasta que se ven repudiados. In muchas partes del mundo, los más perjucados por la forma que ha tomado el desarrollo económico han sido los que los que cen de los requisitos necesarios para prosperar en una época dominada por “la economía del conocimiento” y que, para colmo, suelen ser despreciados por miembros de las nuevas elites que los tratan como vagos infradotados. Cuentos postergados, ha sabido cómo equivalentes de los piqueteros que habitualmente ocupaban el centro de Buenos Aires, posibilitaron la irrupción de Donald Trump en Estados Unidos y, en Francia, están tratando de desalojar a Macron del Palacio del Elíseo.
En los países desarrollados, las nuevas élites están conformadas por personas educadas -sus críticas dirían adoctrinadas- en universidades en las que muchos se especializaron en asignaturas llamativamente politizadas. Ayudándose amenazas, han logrado atrincherarse en puestos muy destacados en los medios, los círculos académicos y, claro está, el mundillo político en que se han apoderado de la conducción de los partidos que se afirman progresistas, marginando a los provenientes de la clase trabajadora tradicional .
Aquí, la situación es un tanto distinta, ya que han sido menos exitosos los intentos kirchneristas de crear una elite permanente basada en «la militancia», que los esfuerzos en tal sentido de los comprometidos con la política de la identidad «despertó» en América del Norte, Europa Occidental y Australia. Los kirchneristas han procurado importar los eslóganes y aspiraciones más impactantes, sobre todos los relacionados con el género, el movimiento que nació en las universidades más prestigiosas de Estados Unidos. Lo han hecho en parte porque oye que temas traídos del imperiocomo los supuestos por «el lenguaje inclusivo» y «el matrimonio igualitario», pueden servir para distraer la atención de los fieles de los calamitosos resultados de su gestión socioeconómica, y en parte porque los gustos se sienten partícipes de un gran movimiento progresista internacional, uno que, ya está decirlo, es mucho más influyente que el representado por el Grupo de Puebla.
Aunque para algunos políticos puede ser reconfortante saber que la Argentina dista de ser el único país cuya economía corre el riesgo de hundirse, ya que según la ONU hay medio centenar, entre ellos Turquía, Pakistán y El Líbano, que podrían terminar aplastados por sus deudas, por ahora cuando menos no le convendría al gobierno que el mundo se vea sacudido por una crisis sistémica tan grave como la que siguió a la caída de la entidad estadounidense Lehman Brothers en 2008.
Mal que les pesa en Alberto y Sergio, en ninguna les deja sirve a los gobernantes que señalan que los problemas que enfrentan son casi universales. Como sus homologos es Europa y América del Norteestán en lo cierto cuando afirman que la pandemia, seguida por la invasión de Ucrania por la Rusia de Vladimir Putin, han tenido un impacto muy negativo y piden a sus contrincantes tomarlas en cuenta, pero, por injusto que parecen, en todos los paga la la mayoría propende atribuir las dificultades a los errores perpetrados por el gobierno propio y minimizar la importancia de los fenómenos de origen externo.
Lo mismo que los demás países, lo que necesita la Argentina para tener la posibilidad de prosperar es un clima internacional benigno, es decir, uno de estabilidad, con tasas de crédito reducidas; caso contrario, los más fuertes no vacilarán en aprovechar sus ventajas a costas de los débiles. Restaurar este orden en una economía atrapada en una inflación crónica y poner en marcha un programa orientado a eliminar las distorsiones más dañinas que han ya muy cuartos de siglo de decadencia, el próximo gobierno precisa contar con la buena voluntad ajena, ya que sin ella no tendrá posibilidad alguna de recibir las inversiones que necesitaría para hacer pleno aprovechamiento de los recursos materiales y humanos de que se dispone. Parecería que lo entienden muy bien los presuntos presidentes de Juntos por el Cambio, pero para convencer a sus interlocutores de otras latitudes, tendrían que mostrar que poseen la fortaleza anímica que requerían para poder alcanzar sus objetivos inmediatos antes de que se demasiado tarde.